sábado, 3 de marzo de 2018

Cumpliendo un sueño: Girando con los Descendents

Esta historia comienza mucho antes del 2 de Diciembre del 2016. Esta historia comienza en el 2005 o 2006, cuando me habían dado un CD grabado con álbumes en mp3 de varias bandas punk: Ramones, The Clash, Bad Religion, La Polla Records, Descendents, entre otros. Ese disco giró por un tiempo para dar paso a otros de bandas más potentes: Había descubierto el Hardcore, y me lancé a el de lleno, olvidando (debo reconocerlo) a esas primeras bandas que me introdujeron al Punk. Era la etapa de mi vida en la que quería dar la apariencia de ser duro y que nada me conmovía. Por suerte, crecí y entendí que las cosas no van por ese lado; empecé a escuchar bastante música de los géneros más diversos, y retomé mi viejo amor por aquellas bandas que llenaron el final de mi adolescencia, entre ellas, Descendents.

Esa música que me parecía un grito desesperado de un adolescente, era sorprendentemente aplicable a esos primeros años de adultez: Decepciones amorosas, café en abundancia, miedo al futuro, el vivir con el peso de creerse un perdedor e inmaduro, de vivir eternamente pensando en ese viejo amor o en uno no correspondido, pero sobre todo, vivir. Con los años, el amor fue creciendo a tal punto de quedar la imagen de Milo en la tapa de Everything Sucks impregnada en mi piel para siempre. Como frases de Los Simpsons, siempre había un tema de Descendents aplicable a alguna situación.

El 2016 traía un nuevo disco y unos shows de Descendents también. Nunca pensé en que existiría la posibilidad de que vengan a Sudamérica alguna vez después de décadas sin hacerlo, por lo que nos pusimos de acuerdo con unos amigos de Buenos Aires: En Junio anunciaban a Descendents como cabeza de cartel del Punk Rock Bowling, un festival de dos días en New Jersey donde también tocaría Iron Chic (otra banda por la que compartiamos ese mismo amor), Flag, entre otras. Nada de esto salió como esperaba: Me negaron la entrada a Estados Unidos dos veces, básicamente por ser honesto y decir que iba a un festival de Rock; era enorme la impotencia de sentir en carne propia que otros, desde arriba; pueden decidir sobre nuestros actos sin siquiera conocernos.

Una tristeza inmensa inundó todo mi ser desde ese instante: los días lluviosos no me daban ganas de hacer nada más que lamentar toda mi mala suerte. Hasta que una siesta muy calurosa del 1 de Julio, se confirmaba un rumor del cual mis amigos de Argentina hablaban con insistencia y esperanza. Estaba en el bus repleto, en un embotellamiento camino a visitar a mis padres, cuando recibo la imagen en el celular: Era el flyer del tour en Sudamérica de Descendents en Diciembre. Sí, lo que nunca habíamos ni siquiera intentado pensar que pasaría, estaba confirmado. La emoción fue tan fuerte que brotaron lagrimas de mis ojos con una sonrisa enorme, mientras la gente me miraba sin entender muy bien lo que pasaba. Un mar de sensaciones me inundó, pero por sobre todo, sentí que era mi revancha y que desde ese mismo día, mi año tenía que cambiar. Mi Facebook se llenó ese día y en los siguientes de una alegría inmensa de la gente por la confirmación de las fechas. Me dije a mi mismo sin pensar mucho: Vas a ir a São Paulo, Buenos Aires y Santiago y vas disfrutar tres veces de algo que querías una sola vez, vas a pisotear a la mala suerte, y parafraseando una conocida intro de un disco de cumbia villera, mi mejor amigo me decía: “Porque al final ganan los buenos”. En los meses siguientes la ansiedad manejaba mi calendario y mis ahorros: trabajando extra, comprando las entradas, pasajes, y una sorpresa más: Anunciaban un show extra en São Paulo debido al sold out de entradas para el día 3 de Diciembre. Así, tenía cuatro shows y miles de kilómetros por delante.

Y llegó el día de partir: el 27 de Noviembre subiamos con Kenji, un amigo que también ama la banda a un bus con destino a São Paulo. Allá llegamos el Lunes 28 luego de un viaje interminable, juntandonos con Rengo, otro amigo de Argentina para completar el equipo que venía a cumplir su sueño. Nos alojamos en la casa de mis amigos Marcelo y Alejandra (recibiendo también el cariño de los padres de ella: Patricia y Ney) en Jabaquara, saliendo durante la semana a recorrer la ciudad y dandonos chapuzones en el mar.

SÃO PAULO, VIERNES 2 DE DICIEMBRE, TROPICAL BUTANTÃ.

Ese Viernes 2, a las 00:00 horas, los tres nos confundiamos en un abrazo como si fuese Año Nuevo celebrando que el día llegó. Antes del recital, paramos en una disquería y con Kenji nos dimos cuenta que habíamos olvidado nuestras entradas, que por suerte el chico que atendía la tienda nos volvió a imprimir. Rumbo al Metro, ya para llegar al local del show, se nos ponía la piel de gallina de solo pensar que en tres horas, los tendríamos frente a nosotros.



Luego de unas horas de espera en las que conocimos en la fila a Renato, peruano y compañero de mi amiga Mire, y a Juan José, un chileno al cual los Descendents hicieron replanificar su viaje para estar ese día en Tropical Butantã, esperando tan ansioso como nosotros. Una vez adentro, los cinco empezamos a cantar y saltar antes de que la banda salga, mientras los paulistas nos miraban con extrañeza y enojo. Conocí a una pareja que también pasaron por lo mismo que yo: Las visas a Estados Unidos les fueron negadas para ver a Descendents y decidieron seguirlos por Sudamérica. El Rengo se tapaba la cara y estaba a punto de explotar, Kenji miraba en silencio el escenario cubierto y yo, yo en ese instante tenía en mi mente un desfile de imágenes de los ultimos meses, hasta que el telón se levantó y salieron los cuatro. Ahí estaban, tan vivos como en los 80s: Bill, Stephen, Karl y Milo. Tras un breve discurso, las notas de Everything Sux sonaron y se armó el descontrol general. Seguida, mi canción favorita: Hope. A esa altura, yo ya estaba sobre las cabezas, cantando con el alma y derramando lágrimas de emoción. Siguieron varios clásicos y temas nuevos muy bien seleccionados que hicieron un repaso general de la discografía de la banda (inclusive del EP Fat, solo faltando temas del primer single de la banda del año 1979 en el cual Milo aún no cantaba) como Rotting Out, Silly Girl, Nothing With You, entre otras que nos tuvieron todo el tiempo saltando y cantando a los gritos; hasta que sonó una que no me esperaba y una de mis favoritas: Clean Sheets. Las lágrimas nuevamente brotaron de mis ojos sin poder contener la emoción, estaban ahí, era real, tenía a casi 2500 personas alrededor mio sintiendo exactamente lo mismo. En algún instante de la noche, también encontramos en ese mar de gente a Alfredo, un gran amigo de Asunción y gran fan de la banda. Siguieron los clásicos: Coffee Mug, la hermosa Get The Time, Talking, I Like Food, llegando I’m The One, otro de los temas que hablan de la eterna espera a un amor no correspondido, tocaron un par de temas más hasta que empezó a sonar la que para mí es quizás una de las canciones más hermosas del mundo: Thank You, que seguida de Descendents cerraban el primer set de la noche con 28 temas. Tras unos minutos tras el escenario y con un publico un poco frio casi en silencio (al cual Bill subió y dijo: “Tengo cuatro operaciones y 53 años y todavía no tengo ganas de ir a dormir”), volvieron para el primer Encore: Feel This, del ultimo disco empezaba de nuevo con el pogo con 6 temas casi todos del nuevo disco, para dar paso nuevamente a un descanso. La banda volvió a subir para regalarnos 4 ultimos temas: Catalina, No Fat Burger, Kabuki Girl y Testosterone cerraba la primera noche mágica. La noche en que unos cincuentones tocaron 38 temas con la misma energía que hace tres décadas atrás.



Tras unos minutos parados tratando de asimilar todo, nos dispusimos a volver a la casa, ya que el Metro terminaba a medianoche. Con mucha suerte, tomamos el ultimo tren de la combinación y pudimos llegar a la casa para descansar.

SÃO PAULO, SÁBADO 3 DE DICIEMBRE, TROPICAL BUTANTÃ.

Salimos al mediodía de la casa y tras una tarde bien agitada con shows en la calle, lluvia torrencial y abrazos que la distancia no permiten dar muy seguido, estábamos nuevamente frente a Tropical Butantã. Esta vez, la fila era gigante. Kenji no tenía entrada, tampoco Renato ni Juan José, pero ahí estaban, expectantes. Ya casi era el momento de que los creadores de la Sinfonía de Pedos en Enjoy suban a tocar y con el Rengo nos metimos al local. Nuestra sorpresa y alegría fue tremenda cuando unos minutos después encontrábamos a Kenji, Renato y Juan José también adentro, que con suerte y mañas lograron entrar. Estábamos ahí de nuevo los 5, esperando ver a nuestros héroes que hicieron música de todo aquello que sentimos alguna vez. El telón se abrió y el recinto explotó en gritos y aplausos, a lo que siguieron los primeros temas del set, pero con un orden diferente al día anterior a excepción de los dos primeros.



Nuevamente los clásicos como I Don’t Want to Grow Up, Sour Grapes, la inolvidable Bikeage, Pervert, entre otros, llegaron nuevamente a Descendents para cerrar el primer ataque con 26 canciones para tomarse un merecido descanso. No importaba si el que estaba a tu lado era conocido tuyo o no, los abrazos se confundían mezclados con felicidad y satisfacción, algo que nunca vi en ningún show. Milo, con su mochilita de oxigeno o agua bajo la camisa (que le daba un aspecto de joroba) volvía al escenario con el gordo Bill, quien antes de cada Encore se acercaba al micrófono a decir unas palabras para luego volver a montar su batería en el fondo. Sonaba Talking para el delirio de los que estábamos ahí, seguido de un par de temas más para cerrar con la hermosa Smile, del nuevo disco; para bajar nuevamente del escenario. El enorme telón no bajaba y sabíamos que tendríamos más, y así fue. Volvieron a subir para tocar dos ultimas canciones: Feel This y Get The Time, completando así 34 temas (4 menos que el día anterior) en esta segunda presentación y la última en Brasil.



Nos quedamos con Clayton, un amigo mío afuera del local hasta que se dispersó más la gente y salimos rumbo a Jabaquara, ya que tenía que preparar mis cosas y salir esa misma madrugada para el aeropuerto, ya que mi vuelo estaba marcado para las 6. Tras unas horas en el gigante Guarulhos esperando a Pabli, un amigo de Buenos Aires, no pude pegar un ojo y recién en el avión, después de despedirme de mi amado São Paulo desde el cielo pude dormir casi dos horas.

BUENOS AIRES, DOMINGO 4 DE DICIEMBRE, TEATRO FLORES.

Ni bien llegué a Buenos Aires, ya empezabamos entre todos mis amigos a organizarnos para juntarnos. Chelo y Lalande, dos grandes fans de la banda estaban desde temprano en las afueras del Teatro y pudieron sacarse fotos con Milo y Karl luego de la prueba de sonido. Sin dormir practicamente, llegué cerca de las 18 a Flores. Mucha gente distribuida en grupos en las veredas no ocultaban su felicidad: Estaban a punto de ver a una de las leyendas del Punk por primera vez. En estos años, tuve la oportunidad de conocer a mucha gente de Buenos Aires que ama con locura a Descendents, por lo que sabía que sería el show más emotivo de la gira. Ya caida la noche, entramos al Teatro. En un momento, toda esa gente (muchísima) a la que quiero estaba ahí adelante, dandose abrazos, celebrando que haya llegado el día. Una manada de paraguayos de Asunción y Ciudad del Este también estaban presentes ahí, lo que me puso aún más feliz. Las luces estaban apagadas y los cánticos y aplausos requerían que los Descendents suban al escenario. A esa altura, la ansiedad era tal que ya habían muchas personas nadando sobre las cabezas sin que los viejos hayan salido siquiera al escenario. Las luces se prendieron, Stephen salía y miraba los rostros de mis amigos. Veía lágrimas, veía sonrisas, veía tanto tiempo contenido queriendo verlos explotar en ese mismo instante.



Abrían una vez más con la trilogía Everything Sux / Hope / Rotting Out y nadie paraba de gritar, de volar sobre la gente. Ahí estaban Cleta, Stivo, Mauro, Chuli, Mauro, Franco, Diego, Raul, Rafael, Mariana, Iris, Fede, Gastón, Roger, Alejo, Girett y muchísimos amigos míos con los ojos mojados bailando  un pogo que hubiesen deseado no termine jamás. No hubo descanso. A cada tema, todos coreábamos las guitarras y los cuatro, en el escenario, miraban sorprendidos y emocionados a ese público que estaba empapado en sudor. Pasaba un tema tras otro: My Dad Sucks, Suburban Home, Clean Sheets (corrí a buscar a Lalande para darnos un abrazo), On Paper, Van, y una veintena más hasta llegar a los dos temas finales de la primera tanda: Thank You y Descendents. En Thank You exploté en lágrimas una vez más, gritando cada una de las palabras de esa canción que una vez dije a mi amigo Juanma me encantaría suene en mi funeral, y nadando sobre las cabezas, quedé adelante mismo, cuando Milo baja a cantar Descendents entre el escenario y el público. Me pasa el micrófono en una parte y luego, lo abrazo y le doy un beso en la cabeza. Supongo que en ese momento habrá pensado: “Por qué tanto cariño si en Estados Unidos hasta nos llegaron a tirar barro mientras tocábamos?”. Era Sudamérica Milo, te imaginás cuanto tiempo los esperamos?. Salieron y volvieron a entrar con Feel This, Sour Grapes y Catalina. Un descanso más y nos regalaban dos últimos temas: Testosterone y Smile. Y se fueron. La historia estaba escrita. Fue, para muchos, el recital de sus vidas. El Rengo me abrazó una vez más muy fuerte, era nuestro tercer show de Descendents en tres días seguidos.



En los días siguientes, me enteré que la banda se hospedaba a tres cuadras de donde yo estaba, y el dia en que partí a Santiago, antes del almuerzo, Ximena me dice para pasar frente al Hotel, a lo que le digo que no, que quizás ya se habían marchado. Minutos después, recibo un mensaje del Rengo: Él estaba ahí, y los pudo ver. Me sentí mal un momento, pero me quedaba una última carta para abrazarlos y decirles “Gracias”: Chile.

SANTIAGO, MIÉRCOLES 7 DE DICIEMBRE, TEATRO LA CÚPULA.

Luego de un largo viaje en bus, llegué cerca de las 16 a Santiago. Me encontré con Pedro, un amigo y gran fan de la banda, para dejar mis cosas en su casa, ducharme y salir para el show. Pedro me contaba que esa mañana, se escapó de su trabajo y fue a una radio donde estaban Milo y Stephen a verlos. Fue ahí que decidí: Tenía que verlos esa noche, como sea. Pedro volvió al trabajo y yo salí rumbo al show, con mi tapa del vinilo de Everything Sucks en la mochila decido a traerlo autografiado. Llegué al Teatro y era un domo con una acústica genial, el mejor sonido de los cuatro shows. El público estaba entusiasmado esperándolos y me encontré con mis amigos de Argentina: Pauli, Agustina, Lalande y a todos mis amigos de Chile. Tras unos minutos de espera, veía a los cuatro subir por cuarta vez a un escenario frente a mi. Veía las mismas escenas una vez más: lágrimas, sonrisas, abrazos, pogo. Volví a abrazar a Davi, el brasilero a quien habían negado la visa junto a su compañera, así como lo había hecho en Buenos Aires también.



El público chileno fue más de lo que me esperaba: fueron muy calurosos con la banda, se portaron y fueron parte muy importante del show. Milo no paraba de saltar, y el bajo de Karl sonaba más endemoniado que nunca. En medio de un tema, vi a Pedro pasar sobre mi cabeza cantando con los ojos cerrados y el puño en alto. Fueron 36 temas que nos dejaron sin respiración pero nunca sin ganas de poguear. Kabuki Girl era la última canción: Saqué fuerzas de no se donde y empecé a volar nuevamente sobre la gente.



De repente, todo terminó. Lo había logrado. Todo el odio, toda la frustración, toda la tristeza que había sentido, habían desaparecido. Estaba en paz conmigo mismo.

Salimos con Sylvia, Daniela, y dos chicos más rumbo al hotel donde estaban, pero nos habían dado mal la dirección. Llegamos al hotel correcto cinco minutos después de que hayan subido. Unos chicos estaban ahí enfrente y nos confirmaban que se hospedaban ahí. Ya casi con las esperanzas perdidas, vemos de repente a Karl bajar junto a nosotros. Hablamos bastante con él, sobre todo de música. Karl nos dice que iba a subir a bajar algo para beber y ver si alguno estaba despierto. Bajó solo con dos botellas y se quedó con nosotros en la vereda.



Cerca de las 2 AM, vemos a un gordo atravesar el pasillo. Yo no podía creerlo, se estaba acercando el que para mí es el mayor baterista de todos los tiempos. Bill sale a la vereda y lo abrazo muy fuerte, le digo que soy de Paraguay a lo que queda sorprendido y hace bromas. Nos dice: Llévenme a un lugar para beber. Y muy obedientes, lo llevamos a un Karaoke de mala muerte. No quería hablar en inglés, quería practicar su español. Ninguno de nosotros podía creer estar compartiendo una noche con un tipo que estuvo a punto de morir en más de dos ocasiones y que sin embargo sigue tocando como una máquina. Esa leyenda del Punk, parte de Black Flag, Descendents y All, estaba ahí, escuchando la cumbia de Andrés Landero que yo le ponía, preguntando los nombres de los temas y marcando el ritmo en la mesa.




Luego de tomarse varios piscos e historias que nos contó, lo llevamos al hotel a las 6 AM. Salían a las 9 AM, así que fuimos a la casa de Pedro, dormimos una hora y volvimos a despedirnos. Bill nos vió y dijo: “Tan temprano aquí, mis amigos?”. Me faltaba abrazar y agradecer a Milo y Stephen, que estaban medio dormidos aún, y lo logré. Los cuatro firmaron mi tapa de disco y completé de una manera que no me esperaba este viaje. La van se alejaba y Bill nos despedía con los brazos y la cabeza fuera de la ventana. Felices, no pudimos pegar el ojo el resto del día, recordando esa noche surreal, quizás la mejor de nuestras vidas. Porque al final, siempre ganan los buenos.